Belleza. Probablemente sea uno de los conceptos cuya definición pueda ser simultáneamente acertada e inexacta. Una vez leí que no había caras feas, sino belleza rara.
Para Platón la belleza física no importaba, ya que sólo se podía conocer la verdadera belleza mirando el interior de las personas, y sólo se debía admirar como bella la estructura de las figuras geométricas, con estudio intensivo de las matemáticas.
Aristóteles postulaba que la belleza residía en la proporcionalidad que permite armonizar las partes con el todo. Lo cierto es que hay pocas cosas más relativas que la belleza. El aspecto de una persona puede agradar a sí misma o a todos los demás, independientemente de sus características. Además, se trata de un concepto que es variable en los diferentes contextos culturales y que se va modificando a lo largo de la historia, es decir, que cambia diacrónicamente. Esto es principalmente porque la definición de belleza es arbitraria, lo que significa que nos la hemos sacado de la manga los seres humanos según ha ido conveniendo.
Pero entonces ¿en qué basarse como cirujano plástico para obtener un resultado bello tras una intervención de cirugía estética?
En el paleolítico, las Venus, presentes como figuras votivas, generalmente tenían cuerpos obesos, con caderas anchas y grandes mamas, vientres prominentes, representando probablemente mujeres embarazas y amamantando, símbolos de fertilidad y abundancia.
En el antiguo Egipto, primaban los cuerpos más estilizados y se le daba gran importancia al peinado y el maquillaje, todo ello con importantes connotaciones religiosas y médicas.
En la Grecia clásica, se llevaban los cuerpos atléticos y ligéramente musculosos, pero sin perder las formas redondeadas. El cabello abundante, la mandíbula potente y la frente amplia en los hombres… todo ello signo de salud y juventud.
Posteriormente, en general ha predominado el gusto por las mujeres jóvenes, entradas en carnes, con diferentes rasgos faciales y de pieles blancas, ya que el bronceado se asociaba con las campesinas.
En el Renacimiento se vuelve a recuperar el canon de la belleza clásica, como se puede mostrar en el hombre de Vitruvio, representado por Leonardo para el estudio de la proporción. En el Siglo de Oro, se decía que las mujeres bellas debían tener rojos los labios, las mejillas y la barbilla; blancas la cara, la garganta y las manos; anchos los hombros, las caderas y las muñecas; negros el pelo, las cejas y las pestañas; y largos el talle, el rostro y la garganta. Pero si cabe destacar algo especialmente relacionado con la belleza, es el numero áureo. Estudiado por Fibonacci, el número phi está presente tanto en los humanos como en la naturaleza, dando a lo que por su proporción se rige, una belleza casi divina. Son muchos los artistas que se han interesado por él, entre los que me incluyo.
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