Cuando le preguntas a un niño de tres o cuatro años (catalogado como varón en base a la apariencia de sus genitales externos cuando nació), que qué es él, y te responde ‘yo soy una niña’, creo que la deducción más lógica es que no puede ser un capricho, algo morboso,o una perversión. Señores, se nos está hablando desde la más absoluta inocencia. Un ser inocente que nos habla de su identidad sexual antes de ser ‘sexual’, sin tintes morales ni socioculturales, ni mucho menos educacionales. Una criatura inocente que durante el resto de su existencia, podría verse sometida a toda clase de humillaciones, incomprensión y exclusión social, mientras que además lucha cada día para sobrevivir dentro de un cuerpo con genitales y apariencia opuestos a como deberían ser. No podemos dedicarnos alegremente a disparar nuestros ignorantes prejuicios sobre los transexuales. Hombres y mujeres presos en cuerpos equivocados como en una pesadilla. Y no hay que confundir la identidad sexual con la tendencia sexual.
Me siento orgullosa de que una de las intervenciones a las que nos dedicamos en mi especialidad sea a los cambios de sexo. Reasignación de género, decimos.
Parece que el sistema nacional de salud, por otra parte magnífico, podría plantearse reducir la cartera de servicios de nuestra especialidad en diversas cosas, y que ésta podría ser una de ellas. Parece que los años esperando, entre análisis psicológicos y hormonas, entre juicios y desprecios, entre angustia y autocárcel, no consiguen todavía arrojar luz en los ojos de tantos ciegos. Ojalá sólo sean rumores de prensa amarilla, o rosa, o morada.
Enhorabuena, compañeros que, antaño y ahora, os habéis dedicado a crear y perfeccionar estas técnicas. Enhorabuena por permitirnos a todos los que trabajamos en esta especialidad, dar otra oportunidad a tantas personas. Dar la oportunidad de que vivan la vida que les corresponde de verdad.